Por: Miguel Aviuth y Handrys vivero

Ahí,
justo al lado del rio Magdalena, creció ese cautivador romance entre Francisco
y La Chipirila, o esto es lo que cree el señor Francisco, “Mira, esta es La
Chipirila, la gatica más nueva que tengo, y este gato es Francisco, le anda
coqueteando a La Chipirila desde que ella llego y a ella también le gusta”
explica mientras le da a ambos algo de tomar que parecía leche en un porta
comida naranja.
El
señor Francisco de Asís Marín Marín, mejor conocido en
Pensilvania por sus vecinos como Marín, no solo tiene de mascota a la Chipirila,
una gata de ojos verdes con cola larga de color azabache, pelaje largo, suave y
blanco, y a Francisco un gato grande, de pelaje colorado entre gris y marrón,
orejas pequeñas contrastado con ojos grandes y seductores, sino además, a otros
tres gatos bautizados como el Mono, el Cara Sucia y Tony, los cuales no son tan
atractivos como sus dos consentidos tortolitos, empezando por el Cara Sucia,
que le hace honor a su rostro. También tiene tres perros criollos que los
aprecia mucho pero no lo suficiente como para presentarlos por sus nombres, si
es que los tienen.
“Yo a este gato lo
quiero” exclama el señor Marín al acariciar a Francisco con sus manos grandes y
callosas, agrega que su tocayo, el gato, lleva su nombre, puesto que lo salvo
de morir envenenado, “fueron semanas dándole leche para que ese gato
sobreviviera, ¡y míralo ahí está gordito y bonito!”.
Considera el señor
Marín que los animales muchas veces son mejores seres que los humanos, al
acordarse con una mirada perdida de sus hijos, porque a diferencia de ellos, sus
mascotas si son agradecidas y no lo abandonan, “Tengo tres varones y una hembra
que me han dado 4 nietos, esos me ven y me dicen ¡abuelo, abuelo! Pero mis
hijos poco me atienden, me duele, pero igual los quiero” dijo el señor
francisco con cara de resignación mientras una vecina de 9 años de edad lo
interrumpe para pedirle fosforo.
“Amiguita tu no sabe
esto porque esto no te lo dicen, pero cuando los mayores están hablando no se
les interrumpen, toma, aquí tienes fósforos, y ves a bañarte que hueles a todo
menos a nada bueno” le dijo a la niña de manera amable aunque no suene así. A
pesar de estos regaños sus vecinos aseguran que es una persona muy considerable
y que le brinda ayuda al necesitado, “desde que llego pacho ha acogido a esos
animales y los cuida más que a él mismo” dice entre risas Regulo Orellano Díaz.
Aparte de los animales,
su otra adoración son la plantas medicinales, por esto al frente de su
“ranchito” que está ubicado un poco más al lado de uno de los pilones del puente
que tiene aproximadamente 30 metros de profundidad, tiene algunas plantas que
utiliza para cuando se enferma, entre ellas están: la sábila, que según él es
la reina de las plantas, además tiene orégano,
toronjil, yerba buena, plantas de auyama, de itamo real, verbena, rabo
de alacrán y yerba santa que sirve para el parasito.
Marín cuenta que
algunas veces hace baño con algunas de sus plantas, porque esta le ponen tierna
sus profundas y pronunciadas arrugas, la cuales no son más qué las testigos de
sus años de trabajos, aventuras, desamores, esfuerzos y ruinas, sus oscuras
ojeras reflejan las horas de insomnios que le debe al tráfico del puente que no
lo deja dormir y sus escasos dientes si son cosas de la edad, 75 años.
En Soledad nacieron sus
padres, sus hermanos y él, pero al adquirir una propiedad en la Isla
Pensilvania, se mudaron a esta, un poco lejos de la parte donde ahora vive,
pero mientras su familia vivió ahí, él se fue a vivir aventuras desde joven y
trabajo como conductor de vehículos para las cargas pesadas, albañil,
agricultor y pescador, viajó por muchos rincones de Colombia entre ellos: La
Guajira, san Juan, Agustín Codazzi y Bosconía del Cesar, Cartago, Medellín,
Valledupar, Cartagena y Santa Marta. Dice que al regresar a casa de sus padres
en la Isla, no lo reconocía su madre de lo cambiado que estaba físicamente, “mi
mamá me dijo: ay mijo no te conocía, como tienes ese cabello largo, pareces un
indio de las montañas”. Sin duda este era un Francisco Marín mucho más maduro y
formado.
En el año 52 se fue a
trabajar en los cultivos del barrio chino, donde muchos asiáticos construyeron
sus asentamientos y tenían varias plantaciones en las cuales Francisco aprendió
mucho sobre botánica.
Una mañana su madre
fallece en un accidente de tránsito, puesto que iba en un carro muy antiguo que
de repente se chocó con un bus de Coochofal. Años más tarde, fallece su padre
de vejez debido al cansancio, y es en el año 62 cuando Francisco quien se hace
cargo del terreno y los negocios que tenían sus padres en la Isla a razón de
que sus hermanos y hermanas no quisieron dedicarse a las labores del campo.
El señor Marín revela
que tenía árboles frutales de coco, mango, guayaba, guanábana y cáñamo, una
variedad de aves como patos, gallinas, pavos, entre otros. Asegura que pescaba
grandes bagres de hasta dos metros de largo y que pesaban 50 kilos, eran tan
grandes que los compartía con sus vecinos y familiares, e incluso los vendía
por 30mil pesos en el mercado de Barranquilla. Ahora mismo ya no se pesca
bagres a cantidad, y que los que se encuentran son pequeños en comparación a
los de hace 35 años.

No solo su comida, también
su estilo de vida cambio a partir de la perdida de sus tres hectáreas de tierra
a causa del fenómeno del niño ocurrido en el año 2010, cuando el rio magdalena
se desborda y se lleva todos los cultivos y el ganado que poseía este humilde
campesino.
Lo que mantiene intacto
Marín es su fe hacia Dios a pesar de todo, la cual según cuenta es heredad de
su abuela materna, quien lo llevo a él sustentarse del creador de los cielos, y
dice clamarle a su Dios todos días al llegar el alba y al caer la noche porque
es de la manera que toma fuerza su espíritu para seguir adelante.
A su edad lo único qué
le queda es el cansancio en su espada y la cicatriz de la operación de su
columna, tan encorvada quedo que paso de medir 1.70 a tener una estatura
aproximada de 1.59, su piel morena de nacimiento y algo manchada por el sol que
tiene que adsorber aun, cundo trabaja en su parcelita de yuca y este lo visita,
por otro lado sus piernas también fueron operadas, debido a un entumecimiento
que sufrió durante el tiempo del fenómeno del niño donde tenía que dormir
prácticamente sobre las aguas del rio y recibir su frio mañanero.
“¡Francisco bajete del
techo!, debe de ser que está casando algún ratón” expresó mientras montaba el
caldero en el fogón de leña y agradecía a su amigo Regulo por darle el espacio
para construir la casita que tiene desde hace 6 años y la parcelita que le
regalo para defenderse, porque cuando no tiene para comer le toca subir al
puente y pedir plata.
Marín a pese a todo no
se cansa de agradecer al que todo le debe, “yo solo le pido a mi Dios muchos
años más de vida, por a pesar de todo la vida es bonita y la quiero seguir
viviendo junto con quienes vivo, con mi Dios, y con mis animalitos. Ustedes que
son Universitarios, me gustaría que le dijera a la gente allá arriba que la Isla
Pensilvania todavía existe, y que son bienvenidos” expreso mientras el humo del
fogón difuminaba su cuerpo descamisado, oscurecía su pantalón beis y terminaba
de colocar mojoso sus zapatos de cuero negro desgastado.